La cabra, en general, está de moda. Unos, influenciados por el satanismo o los textos de tradición oral africana de Blaise Cendrars, las sacrifican a Belcebú en gigantescos calderos hirvientes mientras arrojan muérdago y elitros de mosca a la sopa en la que bulle la pata de macho cabrío. Otros peregrinan a la localidad cordobesa del mismo nombre –patria de Manolo Lama y Txema Alguacil– en busca de mística y aventuras. Y luego hay quien samplea a la cabra para construir uno de los maxis más peculiares –aunque habría que decir subversivos además– de este 2006 que ya acaba.
“Fizheuer Zieheuer” (Playhouse / Red, 2006) era a lo que estaba apuntando toda la carrera del chileno Ricardo Villalobos: un track en el que, por fin, se unieran minimal y minimalismo, dos familias musicales, una en el contexto dance popular, la otra en el de la música contemporánea de acceso fácil al público poco iniciado en sonidos experimentales y académicos, a las que les costaba encontrar un terreno en común.
Ya había avisado el autor de “Alcachofa” a finales del año pasado cuando publicó su white label “For disco only 2”, dos piezas larguísimas de lentos desarrollos microtonales en los que, justo en su centro, se sampleaban momentos de la banda sonora de “Koyaanisqatsi” del compositor neoyorquino Philip Glass. Ahí se demostraba que el interés de Villalobos por el avantgarde pop y la música contemporánea –otro de los puntales del excesivo y magistral doble 12” “Achso” en Cadenza, donde las alusiones a Morton Feldman y la escuela más radical del sonido microscópico tipo Richard Chartier no era precisamente gratuitas– no era una aproximación caprichosa, y “Fizheuer Zieheuer” lo atestigua. Este es el maxi de los records, ya que en total la pieza suma 37 minutos –del tirón en CD más el añadido de los 35 minutos de “Fizbeast” que llevan el total hasta una extenunates hora y cuarto; en vinilo el tema está dividido en dos partes y supera de largo la media hora–. 37 minutos de repetición insistente y variaciones fugaces al estilo de la escuela minimalista de los setenta, la de Steve Reich y LaMonte Young: aunque la ubicación final del track sea la pista de baile, generalmente al final de la noche, cuando todo el club está vencido, acabado y reclamando la hora, para así culminar una larga tanda de insomnio con un remate demoledor, descolocante y eufórico, la estructura y las pretensiones de “Fizheuer Zieheuer” conectan mejor aún con las de compositores de partitura y orquesta como Terry Riley o los citados Glass y Reich.
Al techno, la pieza de Villalobos es como el “Music for 18 musicians” de Steve Reich o el “Jesus blood never failed me yet” de Gavin Bryars –composiciones que, en su forma más larga, alcanzan los 68 y 75 minutos, respectivamente, de variaciones a partir de un par de ideas que se repiten con insistencia y, lo mejor de todo, sin cansar nunca. Villalobos se ha conformado sólo con 37 minutos de percusiones que mutan por efecto de los delays y los ecos, a las que se les añade alguna caja intermitente y que tienen como elemento unificador un sample como sólo al chileno se le pudiera haber ocurrido: una trompeta romaní que vuelve a airear la entrañable figura del gitano de la cabra con su escalerilla y el bote de los óbolos, todo ello apuntalado por un riff, el ya famoso pa-pa-pa-pá, que instaura no sólo el minimal cabra –homenaje necesario al dios Luis Lles– sino un órdago de atrevimiento freak a toda la escena techno-house actual.
“Fizheuer Zieheuer” podría haber durado incluso más: esa es la idea del auténtico minimalismo académico, alterar por completo la percepción del tiempo. Puede que al final peque de excesivamente repetitiva porque, al fin y al cabo, su objetivo es el club, el after e Ibiza y ahí las leyes son diferentes a las de casa o una sala de conciertos, pero lo importante es que “Fizheuer Zieheuer” ya ha hecho historia.
FUENTE: sufmart.com / Javier Blánquez –Go Mag nº 73, diciembre 2006
sábado, 23 de diciembre de 2006
La cabra, la puta de la cabra.
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